domingo, 23 de marzo de 2014

“Un velorio es una fiesta con vos”: sobre El orgullo de mamá


Esto no pretende ser un análisis exhaustivo de El orgullo de mamá, sino una reflexión iluminada por un acercamiento a su obra. 
El juego, ampliamente teorizado, Gadamer en el campo de la filosofía y Winnicott en de la psicología clínica por ejemplo, es una necesidad fundamental del hombre.
Es en el arte donde el juego debería verse en su máximo esplendor, pero, paradójicamente, y tristemente, suele menguar o ausentarse porque allí las dificultades del juego también logran su esplendor.
Pero ¿cuáles serían estas dificultades?
El niño corre con una gran desventaja al jugar: no puede ser adulto. Pero cuando llega a la adultez corre con su desventaja opuesta: no puede ser niño.
Así el juego del niño se vuelve demasiado inocente y por ende disipado, fragmentario, carente de finalidad, inconcluso. El juego del adulto por su parte pareciera demasiado peligroso y por ende controlado, cerrado, garantizado.   
A pesar de cierto ideal romántico, la idea del artista en tanto niño es falaz ya que éste no puede pisar más allá de su patio y así su obra se consagra en la inexistencia.
Pero el artista en tanto adulto es aborrecible ya que abraza una metafísica “oficialista” para obtener sentido o reconocimiento de su actividad o simplemente para que sus cuentas cierren a fin de mes.
El artista debe conciliar al niño y al adulto como necesita, según Nietzche, de la guía de Apolo y Dionisio por igual.
El orgullo de Mamá resulta, desde mi punto de vista, un ejemplo de esto, evidente en sus sonidos y palabras (a veces sus sonidos se oyen como palabras y a veces las palabras se oyen como meros sonidos). Pero identifiquemos su responsabilidad lúdica en las letras:
-la lucha contra deidades infantiles como las Tortugas ninjas.
- el lucro cesante de juntar monedas que no existen.
-un alfajor que al desaparecer no sólo deja de existir, sino que obliga a sus consumidores a ir a buscarlo cueste lo que cueste.
-alguien va a un supermercado, pero para evadirse de su ambiente no juega con los changuitos ni se esconde en su laberinto de góndolas ni lo critica como un pseudoprogresista ni compra nada.   
Atenti a las siguientes máximas que entrañan otros enigmas, tan simples como enloquecedores:
-Hay ciencia en el ritmo.
-Aprender es genial.
Cuando alguien o varios se disponen a jugar es difícil catalogar su hacer en un género, incluso en una disciplina. Al menos a mí me resulta injusto decir que El orgullo de mamá es una banda de rap… cuando las personas juegan los elementos y herramientas en cuestión parecerían intercambiables, cuando las personas tienen al juego como regla del juego hallamos una densidad que traspasa lo artístico y se unta sobre lo antropológico. No importa si es música, pintura o letras: juegan y punto.
Pero es insoslayable que la obra de El Orgullo de mamá nace en el campo de la música en su tiempo más difícil: Spinetta ha muerto. A pesar de lo que se presupone, la muerte de un Dios-Padre nunca produce liberación y menos cuando sobreviene inesperadamente (o sea, siempre). 
Por eso pululan día a día artistas que se entregan al homenaje. Hacen una música agradable, cuando no bella, pero ya legitimada, cuya solemnidad y falta de humor la acerca a una música de luto. ¿Por qué luto? Porque pareciera recordarnos no sólo que alguien amado ha muerto, sino que nada nuevo puede nacer: algo parecido pasa con Alejandra Pizarnik en el campo de la poesía.
Esa música devota –porque ¡quieren ser el orgullo de papá!- es de una corrección poética que me recuerda, según una metáfora culinaria, al puré cheff: fácil de hacer porque ya viene hecho, sólo hay que reproducirlo, y más rico hasta que el tiempo o el verdadero puré de papás regrese para decir lo contrario. 
Hace falta tiempo para que se haga evidente este luto encubierto. Afortunadamente, dos “treintañeros” se subieron a una terraza y luego subieron la terraza a Youtube para gritar desde allí <Gilda libre siempre viva> y el velorio sea una fiesta con ellos.   
Justamente es Gadamer quien habla del arte como juego, pero también como fiesta. Y si pensamos en Winnicott, sólo el juego puede ayudarnos a atravesar dignamente las pérdidas. 
En suma, El orgullo de mamá es espontáneo y artificial, efervescente y milimétrico, ridículo y científico, paradojas que se  repliegan como un fuelle en una sola: el niño y el adulto dándose una mano.
En su mezcla de Mario bros y canon a dos voces, de parábola de Zenón y monstruos olorosos, de hormigón armado y gobernadores poco confiables, tiene la capacidad, más que de liberar, de obligarte a crear…. Crear…. Eso que no necesariamente hace que alguien sea el orgullo de su madre, pero sí que sienta el orgullo de una madre: de dar a vida en medio del luto que es la oscuridad del universo.


    

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