Quedarnos despiertos hasta el
amanecer era el desafío de todos los veranos. Pero nuestra niñez tuvo cinco veranos
y ningún éxito.
Nunca llegamos hasta ese momento
alucinante en que la negrura comenzaba a palidecer y las nubes a teñirse de
naranja y los pájaros se precipitaban a afinar sus picos y ensayar el concierto
que darían durante el día. Nunca llegamos hasta ese momento que, por aquella época, no podíamos describir. ¿Podemos ahora?
Eran varias nuestras argucias
para salir airosos, para lograr la proeza. El basquet con medias, el family game, los dibujitos
animados, las películas de cable… la soda fría, el agua de la canilla del baño, los alfajores que
serían frutos recogidos a mitad de la noche, amuletos exquisitos para espantar
los peligros en la recta final, pero que comíamos antes de las doce porque no
sabíamos esperar ni respetar los planes. Una vez creamos con una caja de
zapatos y dos lápices que giraban una especie de pantalla en la que pasábamos una película de personajes
inventados, pero al tercer personaje nos
aburrimos y el sueño metió su cola. La película se llamaba Without fear. Sin miedo, pero en inglés sonaba mejor.
Aburridos o no, pasadas las dos
de la madrugada, siempre el sueño comenzaba a gravitar, alguien invisible nos
colgaba plomadas de los párpados y sentíamos que la noche era eterna e
invencible.
Quizás fuera la culpa por hacer
algo que nuestros padres no habían aprobado. Tampoco desaprobado. Ni siquiera
se lo contábamos. Pero ese vacío legal era peor que la clandestinidad y quizás
la proeza fuera hacer algo que no estuviera legislado, algo así como la
aventura del artista al crear.
Cierta vez sentimos unos ruidos
en el techo de tejas de nuestra habitación y el pánico se apoderó de nosotros.
Los ruidos no cesaban y a pesar de que sabíamos que podían ser gatos, nos
dejamos llevar por la certeza de que eran personas, ladrones, asesinos, que
venían a buscarnos. Esa noche yo me dormí llorando y totalmente tapado por la
sábana. Al otro día mi hermano se burló de mí delante de un amigo y me sentí traicionado.
Creo que no volvimos a intentarlo.
Después vino la adolescencia, los bares, los boliches, tomar la noche por las astas, los amaneceres fáciles y sin gracia.
Después vino hoy. Esta noche de
verano en que me pregunto qué buscábamos en ese juego que nunca ganamos, qué
significaba para nosotros… qué estaba escrito entre la noche y la mañana, disponible
y vedado, que nos llamaba y luego nos esquivaba.
Esta noche de verano en que miro la infinita negrura y me pregunto si con este poco de soda fría y la poesía, podré averiguarlo.